Los Buscadores y Los Profetas forman una única historia, cuyo nacimiento se debe a varios factores que arrancan entre 1990 y 1992, cuando yo tenía entre 18 y 20 años. Empezó siendo una historia que leer a mi hermana, fascinada con mi imaginación y enamorada de los personajes. Luego se “engancharon” mi madre, mis amigos… ¿Cuál fue el origen?
Por una parte, las excursiones con amigos me hicieron descubrir castillos, iglesias y antiguos pueblos –y también cuevas, necrópolis, montañas y bosques– que despertaban en mi imaginación multitud de escenas fantásticas. Eran los tiempos en que por casa desfilaron El Señor de los Anillos (J.R.R. Tolkien), La historia interminable (M. Ende), Las Crónicas de la Dragonlance (T. Hickman y M. Weiss), El Señor del Tiempo (L. Cooper) y La Sombra de sus alas (B. Fergusson).
Por otra parte, un sueño. Un sugerente y extraordinario sueño de aventuras que, de tan intenso, me despertó en mitad de la noche de aquel otoño de 1992 y me empujó a coger un bolígrafo y el primer trozo de papel que encontré y escribir lo que en él había “vivido”.
Al día siguiente releí aquellas notas rápidas y recordé la escena: el robo de un pergamino y una huida. Encendí mi ordenador –un Commodore Amiga, para más señas– y escribí aquello a lo que pude dotar de un sentido mínimamente coherente. Me gustaba la escena, pero era solo eso: una escena sin un contexto.
Revisé entonces unas fotos que había realizado en una reciente excursión a Girona con mi gran amiga Amparo. Entre la Plaça dels Jurats y la calle Sant Cristòfol se extiende una muralla que rodea la Catedral. En ella, me llamó la atención (y por ello la fotografié) una escalera de piedra que nace de una torre y desciende por el exterior hasta una puerta, situada a unos dos metros del suelo. Sale del edificio, discurre por el exterior de la muralla y vuelve al interior, sin conectar realmente con el suelo exterior. ¿Y si en vez de un jardín, al pie de esa muralla hubiera un río? Esa escalera serviría para escapar. ¿De quién? De los habitantes de aquella catedral. O monasterio. ¿Cómo se llama ese monasterio? El Monasterio de Neroga (anagrama de Gerona). ¿Quiénes son los que huyen? Un grupo de personas que ha robado un pergamino a los monjes, ese pergamino mágico de mi sueño, que lleva a esos ladrones en pos de una leyenda. Ahí arrancó Los Buscadores.
En poco tiempo escribí el primer libro, y enseguida empecé la continuación, Los Profetas. Pero a medio volumen, aun teniendo claro cuál iba a ser el desenlace, perdí la inspiración. Coincidió, además, con una pérdida de mi interés hacia el género.
Pasaron diez años, o más. En un cumpleaños, mi madre me regaló un DVD en el que había grabado Los Buscadores. “¿Cómo lo has hecho?”, le pregunté, “¡si estaba en otro sistema operativo, no compatible con los actuales!”. Había tomado la única versión impresa existente, la había escaneado y sometido a reconocimiento de caracteres y luego pulido “a mano”. Me dijo: “Acábalo”.
Finalmente tuvo que ser mi pareja, Pilar, quien tras leer el primer volumen me animase a finalizar Los Profetas, ilusionada con la historia y, a la vez, tan defensora de la fantasía épica como de cualquier otro género literario.
Y así, tras muchos años, múltiples relecturas, revisiones y cambios, esta historia, fruto de un sueño, encajó las últimas piezas de sus múltiples tramas y llegó a su conclusión.