En este pequeña escena, inédita en "Los Buscadores", la maestra Korbenia conversa con una de sus jóvenes estudiantes, Leida, que arañando la adolescencia empieza a darse cuenta de que el paso de los días, meses y años es inexorable, una realidad que le desagrada.
—¡Qué rápido pasa el tiempo! ¡Odio eso! Ojalá no existiera el tiempo, que siempre fuera joven. No quiero hacerme vieja.
Korbenia la miró largamente, en lo que Leida estaba convencida que era una mirada admirativa hacia su juventud y belleza. Pero su pregunta, a continuación, la hizo dudar.
—Mmm… Dime, ¿te gustan los árboles?
—Vaya pregunta… Me da la sensación de que no te interesa lo que te estaba comentando.
—Me interesa. Por eso te pregunto. Mira estos árboles, fíjate en todos ellos y escoge uno, el que te guste más.
—Eso es fácil. Aquel, el grande.
—¿Por qué te gusta?
—¿Por qué? ¡Mira su tamaño, lo alto que es! ¡Y esas ramas enormes, la sombra que dan!
—Te gusta más que ningún otro —asintió Korbenia—. A mí también. Es realmente hermoso. Impresionante. Hace que cualquier otro árbol a su alrededor parezca… menos “árbol”. Y, ¿sabes?, es el más viejo.
—Ya…
—Creo que debe de tener más de cien años. Es realmente viejo.
—Ya sé lo que quieres decir. ¡Pero no es lo mismo!
—¿Por qué no?
—¡Porque es un árbol! Un árbol siempre crece y se vuelve más bonito.
—Mira ese otro, Leida. Fíjate en la corteza. Es lisa, brillante. En cambio, el árbol grande tiene el tronco surcado de arrugas, como un anciano. El joven crece mucho cada año, porque en su juventud el crecimiento es veloz. Como ocurre con los humanos.
»Tú quizás no seas consciente, pero yo te he visto crecer, y lo has hecho muy rápido. Te sientes joven, fuerte, con la inteligencia despierta y plena, capaz de acometer cualquier reto en la vida, de afrontar cualquier situación. Eres un árbol joven. Cuando envejezcas, seguramente resultarás tan singular y admirable como el árbol viejo, ese árbol que ya no tiene el vigor ni la corteza lisa y brillante del árbol joven. Pero que es indudablemente el que más llama la atención por su grandiosidad. Y eso se lo ha dado el tiempo.
»El tiempo, ese elemento que mueve la vida en un único sentido: la lleva desde su origen, pequeñito, hasta su final, su muerte.
»Sin tiempo no hay medida para nada. Un vino sabe diferente a lo largo del tiempo que está en una botella. Hay quien lo valora más cuando es joven, hay quien lo prefiere con más meses de reposo, y llega un día que se estropea, ya no es vino, ha muerto. La masa que el panadero pone a hornear se convierte en pan. Al principio embriaga, con su delicioso aroma, su corteza crujiente y su esponjosa miga. Hay quien lo prefiere recién horneado. Hay quien lo disfruta una vez enfriado. Hay quien lo expone unos minutos al fuego para dorarlo, más o menos, en función de los gustos. En todos los casos, el tiempo es el ingrediente del que depende la maduración de todo. Y en cada punto de esa maduración, en cada momento, hay elementos que gustan a unos y no tanto a otros.
»En tu caso…
A la joven estudiante le pareció que su maestra había sonreído. Pero, si lo hizo, fue de forma muy, muy sutil, inapreciable, como el cambio que pueda experimentar y mostrar el tronco de un árbol de un año al siguiente.
—En tu caso —repitió la anciana—, ahora es el momento en el que más te gustas. Pero si sabes madurar valorando los momentos, serás capaz de gustarte en cada etapa. Incluso de sentir, en cada una de esas etapas, que ese es el momento en el que más te gustas.