«Si vives siempre cerca de la muerte, empiezas a creer que nunca llega. Y ese es un gran error. Lo único cierto en esta vida es que moriremos.»
«El bigotudo Galdwynn no perdía ocasión de pregonar la existencia de Aretsán allá por donde pasaban, desplegando esa simpatía y locuacidad que le caracterizaban. ¿Cómo era posible que sus ojos brillaran con aquella intensidad al hablar de un dios del que poco o casi nada sabían? Tal vez porque quería creer, porque aquella posibilidad era mucho mejor que la gris realidad. Superada la treintena, el gran temor del guerrero era, falto de recursos, seguir retando a la muerte como peón de la guerra en absurdas y sangrientas batallas. Quería retirarse. Y el Descanso prometía ser la solución a todo.
—Al poco tiempo de nacer yo, mi madre murió, y mi padre ni siquiera me había visto nacer. Tuve que buscarme la vida desde pequeño. Hice de todo, había que sobrevivir. Y creo que aún no me había crecido pelo en las piernas cuando me propusieron combatir por un saco de monedas. Me pareció dinero fácil y lo acepté. Luego se convirtió en mi oficio. —Suspiró, bajando la mirada—. Recuerdo la primera vida que arrebaté con la espada. La primera vez es siempre la más dura. La que nunca se olvida. Luego vienen más, y cada vez se hace más normal… Y eso, es quizás, lo realmente terrible: que se convierte en algo normal. En ese momento, que no sé decir cuándo llega, te das cuenta de que te has convertido en un monstruo, en un asesino, y que ya no das valor a la vida de los demás, salvo el valor de la bolsa de monedas por el que matas.
—¿Y Ansp? ¿Lo conociste luchando? Se os ve muy unidos.
—Es como un hermano. Hemos pasado por mucho, hemos cuidado el uno del otro, guardándonos la espalda en cada campaña. Pero son demasiados años de guerras y más guerras. Estoy harto. Y había decidido dejarlo todo y retirarme, a pesar de que no tengo más que lo puesto.
—¿Y qué ocurrió?
—Dimos con la historia de Aretsán y emprendimos esta búsqueda.»